De la fantasía al México Real
Por el año 1269 D.C una tribu conocida como los mexicas, habían vagado de generación en generación, siempre hacia el sur guiados por su sacerdote astrólogo Tenoch, e inspirados por su Dios mago Huitzilopochtli.
Habían llegado al valle de la Anáhuac, para fundar la ciudad prometida, que era digna de realizar el primer sacrificio. Entre la música y los danzantes, una mujer muy hermosa de tez bronceada, con el códice del Dios de la guerra entre sus manos y con una luz de valentía en sus ojos dio el primer paso para entregarse a su Dios.

Justo después de arrancarle el corazón, una lengua de fuego surcó el cielo hacia el poniente, la tierra se estremeció y una fina lluvia de ceniza cubrió el valle, ya desde ese momento su sangre quedaría marcada con un sello de valentía que la llevaría a cumplir una gran profecía.
Tiempo después en la que se hacía llamar la Nueva España, tras años de esclavitud, injusticia, saqueo de oro y plata que desde un principio fue la atracción y la avaricia de los conquistadores, la semilla de la libertad y rebeldía empezaba a florecer. Llegó el momento en que el pueblo, víctima de aquella agonía, sintió la necesidad de ofrecerle a esta América nuestros gritos de gloria y libertad.
Fue así como el pueblo se levantó en armas dando inicio a la guerra de independencia. En los fragorosos combates, se encontraba una monja que empuñaba el fusil y arengaba a los improvisados soldados, cuya mirada reflejaba un gran amor a los suyos, los indígenas. A quienes no les hablaba de resignación sino del desafío de que su raza no estaba hecha para la esclavitud sino para el heroísmo y el triunfo.
Victorias y derrotas fueron sucediendo y la presencia de aquella monja era incondicional, la fueron conociendo como “el alma de la independencia” brindándoles agua a los sedientos, curándolos no solo de las heridas sino también del alma, mencionando que la sangre derramada es la fuerza que los llevará a conquistar su libertad.
Tras once años, la victoria final llegó, el júbilo llenaba el corazón de las tropas independentistas, los explotadores de siempre vieron con espanto la expansión del liberalismo como una ola que destruía sus privilegios ¡México era libre! La nación había tomado el nombre de la capital: México.

Al mismo tiempo la última bala de la guerra apagó la vida de la monja combatiente, fue en ese triste momento y como 300 años antes una estela de fuego surcó el cielo hacia el poniente, la tierra se cimbró y una fina lluvia de ceniza cubrió de nuevo el valle, a lo lejos entre los dos volcanes, con nubes iluminadas por el sol que parecían lagos de aguas brillantes se distinguió la silueta de una doncella azteca de bronceadas mejillas y con una sonrisa de gran satisfacción que sostenía en una mano el códice de Huitzilopochtli y en la otra un hábito de monja ensangrentado. Se elevó lentamente hacia el infinito para reunirse con sus gloriosos antepasados, se había cumplido así el más grande sueño de la gran Tenochtitlán, forjar una gran nación fuerte e independiente.