Género, género y más género.
"Todas las desgracias del mundo provienen del olvido y el desprecio que hasta hoy se ha hecho de los derechos naturales e imprescindibles de ser mujer" - Flora Tristán
Género, género y más género. Ésta debiera ser la frase más repetida, la más escuchada pero también la más racionalmente utilizada. Nuestra sociedad se encuentra aún, creo yo, en los inicios de una complicada transformación del pensamiento humano en torno a la igualdad de género y su imprescindible importancia hacia el futuro.
El debate acerca de este vivo tema se ha vuelto uno de los más frecuentes en diversos foros internacionales y nacionales, adquiriendo así, con ayuda de las redes sociales y de ciertos medios de comunicación, suma importancia en las agendas políticas en el globo.
El feminismo se ha erguido como aquella esperanza que tiene la humanidad para recordarse a si misma que las cosas se pueden lograr, y que el humano es humano independientemente de su género o de cualquier otra condición. El feminismo no sólo lucha contra la discriminación y desigualdad entre hombres y mujeres, sino que es el más grande símbolo en el mundo de la lucha contra la discriminación en todas sus modalidades.
Es a Sojouoner Truth, Gerda Lener, Susan B. Anthony, Victoria Sau, Simone de Beauvoir, Flora Tristán, por mencionar algunas, a quienes se les debe la verdadera fundamentación filosófica e ideológica del feminismo, y a quienes se les atribuye el ambicioso proyecto de transformar la psique del Ser Humano. A ellas y a quienes actualizan sus ideales todos los días, se les adjudica dicha máxima histórica.
Inyectar en el dietario diplomático la ideología de género ha sido uno de los logros más importantes para el feminismo, ya que, al asegurarse un marco jurídico internacional de protección a la Mujer, consecuentemente se obliga a las naciones a tomar las medidas necesarias al respecto.
Es así como la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer de 1981 (CEDAW), la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing de 1995 (PAB), La Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, “Convención Belém Do Pará” de 1995, las Resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU sobre Mujeres, Paz y Seguridad de los años 2000, 2008, 2009, 2010 y 2013 (que reconocen que la guerra atenta contra la mujer de una manera distinta), la Declaración del Milenio y los Objetivos de Desarrollo del Milenio y finalmente la creación de ONU Mujeres, la entidad de la ONU para la igualdad de género y el empoderamiento de la Mujer, entre otros, son la viva materialización del auge internacional del feminismo.
Ahora bien, en el mamotreto nacional existen diversas normativas que surgen como instrumentos para cumplir con lo anterior, tal es la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación, la Ley General de Acceso de las Mujeres a una vida libre de violencia, la creación de consejos y comisiones de prevención y eliminación de discriminación federales y locales, en fin, un largo etcétera que pretende curar este cáncer histórico.
¿Pero ésta es la verdadera solución? Además de la responsabilidad objetiva del Estado, que su cumplimiento está en completa crisis, ¿cómo cambiar la realidad social? ¿Cómo cambiar la dinámica en el núcleo familiar, laboral, y educativo, más allá del político? ¿DÓNDE ESTÁ NUESTRA PARTICIPACIÓN COMO SERES HUMANOS Y NO COMO ESTADOS?
Lamentablemente han surgido dos grandes problemas, el primero es que no todas las mujeres son feministas (en realidad solo pocas conciben al feminismo como una ideología) lo que se asimila a una contradicción “hasta biológica” diría Salvador Allende, y el segundo es que pocos hombres lo son y a menos les interesa (parece ser un tema incómodo), en otras palabras, se le ha encargado la enorme pretensión de cambiar y sanar al pensamiento humano exclusivamente a las mujeres, y peor aún, la lucha la realizan un grupo selecto de ellas.
¡Se han convertido en el más celoso psicólogo de la humanidad!
No nos hemos dado cuenta que el feminismo es tarea de todos, desde la más simple conversación, pasando por un domingo familiar, así como en el más elevado discernimiento filosófico. La importancia de utilizar un lenguaje racionalmente adecuado, la de conocer la expresión no verbal; en fin, entender la trascendencia de nuestra cotidianidad es el más poderoso motor revolucionario.
Es cierto sí, que lo anterior implica remar contra la corriente de aquellos “falsos profetas” del feminismo que predican y actúan de una forma hasta violenta, por lo que, a los ojos de algunos, han desvirtuado al verdadero feminismo ideológico para transformarlo en una simple actitud reaccionaria, superficial, antidemocrática y contradictoria. Han hecho que el feminismo sea considerado por algunos, como un simple enojo carente de todo contenido racional.
El feminismo va en sentido opuesto, el feminismo es la revolución menos violenta y más importante, el feminismo trasciende a la política y al Estado, él se dirige a los espacios más recónditos de nuestra mente, de nuestra ideología, de nuestras tradiciones. Pretende cambiar por completo una cultura milenaria, por más triste e imposible que eso parezca.
Por lo anterior, la razón se convierte en el arma más violenta del la cual puede hacerse valer el feminismo, la más importante, las más presente.
El proceso apenas inicia y será enrevesado, ya que si bien se han conquistado un amplio abanico de triunfos para el feminismo genuino, no menos cierto es que la realidad fáctica social ha cambiado en lo mínimo. El feminismo no es una moda, no es una reacción, es una ideología que requiere de un estudio serio y que necesita ser respirada, ser comida, ser vivida por todos en todo momento. Es quizá, la encomienda más importante del siglo XXI.